No creo que estemos viviendo el fin del período de globalización, pero primero la Covid 19 y ahora la guerra ruso-ucraniana, han dejado claro que hay que ponerle un límite a la globalización.
Nos había llevado a concentrar la compra de muchos productos en pocos proveedores (a veces uno único) y situados a kilómetros de distancia. El bajo precio, gracias a economías de escala y a costes más baratos, era el único elemento a considerar. Ahora nos hemos dado cuenta, de golpe, que habíamos llegado demasiado lejos. Que la dependencia estratégica era excesiva, que hay que reequilibrar las fuentes de suministro, tratando de comprar a más de un proveedor (idealmente a tres) y que estos han de estar en zonas geográficas diferentes, y al menos uno de ellos, ha de estar cerca (local). La guerra ruso-ucraniana nos ha hecho recordar que hay un mundo de bloques, al menos de dos: el occidental (encabezado por EEUU y secundado por la UE, más sus satélites) y el oriental (encabezado por China y secundado por Rusia, más sus satélites). Estoy seguro de que, a partir de ahora, ya nadie se limitará a tener un solo proveedor y del otro bloque.
La reacción se asentará tanto en medidas públicas (regulaciones, aranceles, fomento de la industria local, etc.) como privadas (empresas y consumidores volverán a comprar localmente, y eso se asumirá como un valor). Sin duda arrastrará un poco de nacionalismo populista, pero será inevitable (“apoya a las empresas locales, compra productos españoles…”; es el America First de Trump).
Veamos el lado positivo, la crisis climática, sin resolverse ni mucho menos, recibirá un soplo de aire puro.