La reciente condena en Estados Unidos de Elizabeth Holmes, la fundadora de Theranos, por engañar a sus inversores sobre la veracidad de los espectaculares resultados de los aparatos para hacer test de sangre que pretendía vender la empresa, han generado en ese país un debate sobre la ausencia de suficientes procesos de verificación previos a la inversión en startups.
Me ha hecho reflexionar, porque los inversores norteamericanos, y en especial los de la importancia de los que invirtieron en Theranos, tienen fama de serios y escrupulosos, y sin embargo se dejaron llevar por la fama, el halo que rodeaba a la emprendedora, que puso su empresa de moda y que parecía que era una oportunidad que ningún inversor podía dejar pasar.
De hecho, en un reciente artículo se decía que es algo que aún sigue pasando. Que las empresas que se ponen (o las ponen) “de moda” entran en una especie de subasta acelerada, en la que se imponen a los inversores unas condiciones draconianas de acceso a la información (poca información y accesible durante poco tiempo, como mucho días, a veces horas), para que decidan su entrada en el capital en una especie de carrera por ser el más rápido y el más listo.
El resultado es que sabemos: emprendedores avispados que venden humo. El sistema de Theranos no existía, ni ha existido nunca.
Pero eso no solo pasa en la meca del capitalismo. También pasa en otros países. Entre ellos España.
Es obvio que cuando los inversores se enfrentan a la posible inversión en una startup saben que están comprando un poco de humo. Si no hubiera humo, no habría startup. Pero ¿cuál es el límite? ¿Cuando se pasa de arriesgarse entrando en un proyecto innovador y al límite a ser estafado?
También en España los inversores, entre los que me cuento, hemos de creer en lo que afirman los emprendedores. No sabemos de todo, ni tenemos el tiempo y los recursos necesarios para verificar punto por punto las afirmaciones que nos hacen del funcionamiento de sus productos o la factibilidad de sus ideas. Básicamente confiamos en ellos/ellas. Para la mayoría de los inversores un proyecto de startup en 60% confianza en los emprendedores y solo un 40% datos fehacientes de producto y mercado. No sé si debería ser así, pero es así. Tampoco sé si los porcentajes son exactos, pero sí que invertir en fases tempranas de un proyecto es sobre todo comprar la idea del o los emprendedores. Cuestión de confianza.
Y si hubiera de decir cuál es el límite, yo diría que no debe invertirse si no se entiende el producto o el modelo de negocio. Mis mayores fracasos se han dado cuando he invertido sin llegar a entender alguno de estos factores.
¡No hagamos al capital riesgo más arriesgado de lo que ya es de por sí!
Son un tipo de emprendedores con mucho carisma, a la vez que monomaníacos con su visión y capaces de hipnotizar a inversores, equipos y socios estratégicos persuadiéndolos para que se enfoquen en cómo su proyecto cambiará el mundo en lugar de evaluar todos los riesgos del mundo del proyecto.
Son muy útiles para captar recursos de todo tipo al inicio de la startup. Pero con el tiempo se sacan de encima cualquier disidencia contraria a sus ideas. Solo sobreviven los subalternos “sí señor para todo''. Si la junta directiva no los echa a tiempo suele ser tarde cuando todos se dan cuenta que su visión es una quimera (o una estafa).
Coincido al 100%. A este tipo de emprendedor hay que vigilarlo muy de cerca...