Dirigir es instinto y trabajo
Las recetas de los gurús del management que leemos en los libros, y las teorías que predican las escuelas de negocios, no son más que pequeñas gotas de inspiración para los gestores de empresa, que de nada sirven si éstos no les añaden tres elementos fundamentales que deben estar presentes en todo buen empresario: instinto, valentía y trabajo.
Hay empresarios de éxito que nunca han leído un libro de management, o que no han estudiado en escuelas de negocios; pero no los hay que no tengan las dosis necesarias de instinto y valentía, y que no las hayan combinado con trabajo y esfuerzo para llevar adelante los proyectos en los que creen.
El instinto es el elemento que añaden los buenos empresarios a la razón, para tirar adelante un proyecto o tomar una decisión, aunque no se disponga de todos los datos teóricamente necesarios, y una decisión totalmente racional no sea posible. Sólo las decisiones arriesgadas, basadas en el instinto más que en la razón, conducen a posiciones claramente diferenciadas de éxito, porque permiten llegar allí donde a nadie se le había ocurrido llegar.
Los gestores de escuela son racionalistas: esperan a tener todos los datos; los gestores de instinto no esperan, y por eso deciden antes y más rápido, y aprovechan antes las oportunidades, cuando éstas son sólo ideas o promesas, no cuando ya son realidades al alcance de cualquiera.
Las promesas son baratas; las realidades son caras. En base a promesas, se construyen proyectos, pero si se espera a las realidades queda un margen de maniobra mucho más estrecho.
En segundo lugar se requiere valentía, porque un buen gestor ha de jugársela. Y no es precisamente a jugársela lo que se enseña en las escuelas de negocio, sino quizás a lo contrario. Y, del mismo modo que se ha de saber decidir por instinto y no sólo por razón, también se requiere valentía para apostar por un proyecto y jugarse el propio dinero (y el de otros), y el prestigio y la ilusión también propios, y de todo el equipo que se requiere para llevar una empresa adelante. Un empresario se juega mucho en cada decisión, y ha de ser valiente para asumir el envite. No hay empresarios que no sean valientes, pero los que son más valientes son los que, a largo plazo, tienen más éxito.
Y, por último pero no menos importante, se necesita trabajar, sudar, sufrir, pasar por momentos difíciles, pero seguir trabajando, seguir insistiendo y seguir creyendo en el proyecto y en si mismo. No hay proyectos empresariales fáciles, por definición; porque si los hubiera ya los habrían hecho otros. Todo nuevo proyecto empresarial necesita confianza e insistencia, porque el éxito no suele llegar de golpe; hay que insistir, hay que pasar por momentos difíciles, porque es normal que los proyectos pasen por el síndrome de la raíz cuadrada (del que hablaré aquí otro día con más espacio: subir al principio, para bajar a continuación, y poner el proyecto en peligro, para luego, si somos pacientes, y trabajamos bien e insistimos, volver a subir hasta situarse donde esperábamos). Muchos proyectos no resisten la fase de caída, porque sus gestores no trabajan lo suficiente y no tienen paciencia.
A veces, es lógico, esas virtudes (instinto, valentía, trabajo) se pueden convertir, por exceso, como todo, en defectos. Y el buen gestor también ha de tener cuidado para no pecar por exceso. Es un riesgo que debe vigilar.
El instinto y la valentía se pueden confundir con temeridad o insensatez. La confianza en si mismo, con vanidad. Como en todo el camino vital del ser humano, en el centro está la virtud. Sólo aquellos que pueden y quieren ser buenos gestores, lo son. Los libros y las escuelas de negocio ayudan, pero no aseguran nada.