Aunque en estos tiempos se nos quitan las ganas de escribir sobre temas constructivos, voy a hacer un esfuerzo por seguir haciéndolo. Porque no podemos darnos por vencidos.
Creo que hay tres pecados capitales que cometen las empresas (los empresarios y sus directivos) que son la explicación de su decadencia:
La Arrogancia
La Burocracia
La Complacencia
Son el ABC y fáciles de recordar.
Son pecados que no se cometen de golpe, y que no socaban las empresas como si les cayera una bomba, sino que se expanden como las termitas, destruyendo poco a poco el armazón interno de la empresa.
Arrogancia
La arrogancia es consecuencia de creerse mejores que nadie, y en consecuencia caer en el pecado de la vanidad, de dar los partidos por ganados “sin bajar del autobús”. Menospreciar a los competidores, a las administraciones públicas, a los sindicatos…
Los arrogantes acaban mordiendo el polvo. Y bien merecidamente.
No hay que perder nunca la humildad. No hay que dar ninguna batalla por ganada. No hay enemigo pequeño. No hay cliente pequeño.
Quienes olvidan esos conceptos dan el primer paso para su final.
Burocracia
La burocracia es un cáncer que nos afecta a todos. Lo sufrimos, y mucho, en nuestra relación con las administraciones públicas. Y nos quejamos de ello. Y también la sufren las empresas perdedoras. La sociedad actual abomina de la burocracia.
Cuando las empresas se burocratizan, dejan de ser ágiles, dejan de ser competitivas. Se convierten en navíos inmanejables, que no responden a los movimientos de timón de sus directivos. Que no cubren los anhelos de libertad de sus empleados. En las empresas burocratizadas solo resisten los mediocres.
Los competidores no tardan en superarlas, y el talento se apresta a abandonar el barco.
La burocracia es la esclerosis de una sociedad, y también lo es de las empresas. Para competir con éxito en los mercados del siglo XXI hay que dotar a nuestras organizaciones de la máxima agilidad. La tecnología nos debe ayudar a hacerlo; nunca debe de ser un escollo burocrático, de lo contrario no sirve.
Hay que imbuir a la cultura empresarial de un espíritu anti-burocracia y hay que trabajar los procesos para que eliminen la burocracia y encuentren la manera de mantener el control sin burocracia. Es perfectamente posible. A los directivos o empleados que no saben trabajar sin burocracia, hay que cambiarles la mentalidad o prescindir de ellos. No hay otra solución.
Me impactó mucho la afirmación que me hizo el propietario y CEO de una compañía de distribución muy exitosa, afirmando que la burocracia, en este caso de la administración, era su mayor problema. En lugar de aprobarle la apertura de una tienda y hacerle responsable del cumplimiento de la normativa, a comprobar a posteriori, frenaban las aperturas durante meses, parando así sus planes de expansión de una forma totalmente irracional y perjudicial para la propia comunidad que se supone que tratan de proteger.
Y otro ejemplo: los promotores inmobiliarios han de esperar meses, y a veces años, a que les den la licencia municipal de obras. ¿Quien se anima a promover nuevos edificios de viviendas si no sabe cuándo las podrá construir y entregar a sus clientes? Si no sabe cuáles serán sus costes ni cuál será el estado del mercado inmobiliario cuando pueda ponerlos a la venta. También se supone que la administración quiere luchar contra la falta de vivienda que sufrimos en muchas ciudades.
Complacencia
Por último, la complacencia. Llega cuando las empresas van muy bien. Y es el preludio de la decadencia.
No debemos interpretar desacertadamente el dicho “no toques lo que va bien”. Aunque es correcto, no quiere decir que haya que ser complaciente. Lo que va bien hoy, puede dejar de ir bien mañana. Y más en los tiempos que corren.
¿Cuántas empresas, cuántos negocios, están en cuestión en estos días, como consecuencia de la llegada abrupta de la inteligencia artificial? Muchas. Casi todas.
Cuando las cosas van bien hay que ir preparándose para cuando el entorno cambie. Es entonces cuando hay que hacerlo. No hay tiempo para “dormirse en los laureles”.
Las empresas, los directivos, han de mantener siempre la inquietud por la innovación, por la mejora continua. Solo así se sobrevive en la selva empresarial actual.
Es cuando todo va bien cuando hay que probar nuevas cosas, cuando hay que lanzar nuevos productos, cuando hay que anticiparse a los cambios. Aunque eso suponga fracasos. Cuando todo va bien, se pueden superar los fracasos. Cuando todo va bien es cuando se debe apoyar con más fuerza la innovación. Cuando las cosas van mal, no hay recursos, ni tiempo, ni ganas, para abordar cambios. Solo lo hay para tapar agujeros.
En definitiva, evita la complacencia. No es fácil, pero traslada a tu equipo ese espíritu de superación continua. Al final, no se trata de ganar un partido o una liga, sino de estar en los primeros puestos de la clasificación todos los años.