Como continuación a mi post anterior relativo al caos climático, un editorial de La Vanguardia de hoy me permite reincidir en las imprevisibles consecuencias del cambio climático (a peor) que estamos sufriendo. La “pertinaz” sequía que sufrimos en España y en muchos otros países está reduciendo drásticamente la oferta de alimentos como el aceite, la leche o las frutas. En Catalunya lo percibimos muy de cerca. En consecuencia el precio de los alimentos ha experimentado importantes subidas que están influyendo en que la tasa de inflación no acabe de bajar el ritmo que le gustaría al Banco Central Europeo (el BCE).
El BCE quiere que la inflación se reduzca al 2%. Esa es la tasa de inflación que se considera económicamente “buena”. Pero los alimentos no dejan que sea así. Y no hay perspectivas que esa tendencia cambie, a pesar de que la demanda parece reducirse. Y no cambiará si las circunstancias climáticas no cambian; y por ahora no se vislumbra ningún cambio, al contrario. Hay payeses que están abandonando sus explotaciones, ante la escasez de agua y las temperaturas tórridas.
Si el BCE sigue empeñado en mantener o incluso subir los tipos de interés, creyendo que así reducirá la inflación de oferta, sobre todo de los alimentos, yo creo que está equivocado, que eso no pasará. O al menos no pasará hasta que la demanda no se hunda drásticamente, y entonces incluso parte de la pobre oferta sobre. Pero cuando eso ocurra estaremos en una grave crisis todos: consumidores (demanda) y empresarios (oferta).
El BCE no lo tiene fácil, pero por lo menos debería entender que la mera alza de tipos no reducirá la inflación de oferta. Habrá que pensar algo más, y tener paciencia.