Creo que ha llegado el momento de llamar caos climático a lo que venimos llamando “cambio climático” o “crisis climática”, porque estamos enfrentándonos a un verdadero caos como consecuencia del calentamiento global que está experimentando nuestro planeta y que solo algunos necios se empeñan en negar.
Las evidencias son tan claras que creo innecesario recordarlas. Ya las vivimos todos los días en todos los países del mundo: desde los recientes incendios de Hawai a las inundaciones de China, el caos climático impacta ya en todos los continentes.
Quizás la más grave es la sequía generalizada y la consecuente escasez de agua. Llevamos tiempo avisando de que el agua será el elemento más preciado y es cada vez más evidente. Yo mismo destacaba hace un año, tras un viaje a Islandia, que ese país iba a ser, a largo plazo, el más rico del mundo (en renta per capita), debido a sus ingentes reservas de agua, desplazando a los países petrolíferos, como Arabia o Noruega.
Las consecuencias de la escasez de agua están llegando, de un modo u otro, a todos los sectores económicos y a todos los países. Especial y directamente ya está afectando a la agricultura, que pierde cosechas y se cuestiona los sistemas de riego y el tipo de cosechas, haciendo inviables muchas explotaciones y provocando que el desplazamiento del campo a la ciudad se agrave. Y no solo en países como España, que sufre el fenómeno que conocemos como La España Vacía, es decir, la España rural cada vez más abandonada y despoblada, sino, con peores consecuencias, en países como los del Sahel africano, abocados al hambre y por tanto a la emigración hacia el Norte, provocando una crisis migratoria que deja millares de muertos y desestabiliza a la Unión Europea e incluso a Gran Bretaña, provocando un giro hacia la derecha e incluso a la ultraderecha, como sucede con total claridad en Italia.
También llegarán, irremisiblemente, a la industria turística, base de la economía de países como España o Grecia, porque las altas temperaturas y la falta de agua alejarán a los turistas (provenientes de los países del centro y norte de Europa). De hecho, es probable que esa industria turística se desplace a esos países, que poco a poco ven como sus días de sol se multiplican y sus playas se llenan de bañistas.
¿Qué impacto tendrá ese proceso sobre la economía de los países mediterráneos? Negativo, sin duda. En España, tan dependiente del turismo, puede ser una bomba de relojería. De hecho, este mismo verano del 23 ya lo están experimentando las ciudades y pueblos del interior del país, incluidas las grandes ciudades como Toledo o Zaragoza, e incluso Sevilla o Córdoba, todas ellas verdaderas ciudades-fantasma en agosto. Toda la población y el turismo se concentran en el litoral, en busca del mar y las playas.
La vida se hace difícil cuando se superan los 40 grados de media, y se suceden las tórridas noches tropicales donde dormir es imposible y los aparatos de aire acondicionados se vuelven esenciales (para quien puede pagarlos). Todo ello dispara el consumo de electricidad, cuando las energías renovables no producen ante la ausencia nocturna de sol y viento. El impacto sobre los bolsillos de los consumidores es evidente, restando capacidad de compra para otros productos y servicios. Y ahondando en el impacto social, ya que una parte de la población no puede pagar ese lujo o no llega a final de mes. En especial los jubilados, que son cada vez más, y que solo cuentan con sus escasas pensiones.
Un panorama desolador que afecta a la negra percepción del futuro que tienen las nuevas generaciones y que les aboca a un carpe diem que refuerza el círculo vicioso: para qué preparar el futuro si es tan negro y no hay nada que hacer, para qué crear una familia, para qué tener hijos, para qué formarse, para qué ahorrar...
Un círculo vicioso del que es muy difícil salir. Solo la fe y la esperanza (virtudes muy raras hoy en día) hacen posible romperlo.
Pero, como decía, las fatales consecuencias del caos climático aún apenas se vislumbran, añadiendo porciones de desasosiego a una humanidad que está a punto de perder la poca fe y esperanza que le quedan.
Indudablemente cada uno debemos hacer todo lo que podamos para evitar, si fuera posible, el caos climático. O al menos reducir sus consecuencias. Pero yo soy pesimista. Ni creo ni espero.
Sin duda alguna, Ferrán, los avances tecnológicos que detalla New Scientist van en el buen camino, pero yo ya no creo en ellos, porque no creo que la humanidad sea capaz de llevarlos adelante a tiempo. No nos creemos que el Titanic climático se esté hundiendo. Y solo nos lo creeremos cuando ya sea imposible sobrevivir. Por eso soy pesimista.
Es cierto que la temperatura no va a bajar y muchos destrozos provocados por el caos climático no los podremos revertir. Hay también un problema de comunicación para concienciar mejor de lo que está sucediendo. Pero si se quema la habitación de una casa no podemos decir que se ha quemado toda la casa. Hay tiempo para evitar una catástrofe mayor.
Cada uno puede generar oportunidades para concienciar y pasar a la acción. La esperanza no se debe perder nunca.
Abajo pongo un enlace de algunos avances tecnológicos de “New Scientist” que ayudan. Falta mucho más.
https://www.newscientist.com/article/2303665-fix-the-planet-newsletter-11-climate-solutions-to-watch-in-2022/