En España no somos los campeones de la productividad
Nuestro PIB crece, pero es debido más a que crece el número de personas empleadas (de forma dependiente o autónoma) que a lo que crece en valor el fruto del trabajo de cada uno de ellos.
Somos una economía cerrada, basada en los servicios, pero con poca creatividad, poca iniciativa, casi nula investigación y desarrollo, y una tímida apertura a mercados exteriores. Así va nuestra balanza comercial. Aquí siempre ha primado el famoso que inventen ellos, así como la falta de movilidad geográfica, interna y externa, salvo cuando no hemos tenido más narices que emigrar. Aquí se vive muy bien. Como aquí en ningún sitio. ¿Mandar a los niños al extranjero? ¿Dejar a los jóvenes viajar y pasar temporadas fuera de España? Mejor no.
Pero todo esto, ¿hasta cuando nos lo vamos a poder permitir?
Gracias a Dios ahora aún aguantamos porque estamos vendiéndonos el país, cuando no paramos de vender a extranjeros casas, pisos o solares. O lo alquilamos, cuando nos invaden millones de turistas. Pero ¿y cuando no quede nada más para vender?. ¿O cuando haya ofertas mejores que la nuestra?
Aunque por suerte no todo está perdido, y hay quienes son muy conscientes de ello y a nivel familiar, profesional y empresarial ya se están integrando en el mundo global, como uno más, y a menudo con éxito, todavía el grueso de nuestra población vive en las nubes, notando poco a poco que se ensancha el espacio diferenciador entre los que están, saben, se esfuerzan, y como consecuencia son, y tienen, y los que ni están, ni saben, ni se esfuerzan (es decir, van a lo fácil), y como consecuencia ni son, ni tienen.
Nuestra convivencia está amenazada por ese fenómeno, al que no podemos dejar de lado, porque nos afectará a todos. Estamos hablando de delincuencia, pero también de miseria. Miseria tanto material como moral.
Hemos de pasar ¡de vender sudor a vender inteligencia!.
Además, gracias al aumento de valor de nuestros pisos, ahora nos sentimos todos más ricos, cuando no lo somos en términos relativos, porque si queremos vivir necesitamos el mismo capital, luego ¿en qué hemos mejorado?
Pero esa sensación de riqueza, junto a la sensación de euforia que ha provocado el auge inmobiliario, ha conducido a muchos por una espiral de consumo desenfrenada. Si tengo una casa que vale 300.000 ó 400.000, cómo no me voy a poder permitir comprarme un BMW
Muchos de nuestros jóvenes desprecian estudiar y formarse porque creen que no lo necesitan. Ven que los yeseros van en Mercedes, y que los más tontos son los que se han hecho millonarios con los chanchullos inmobiliarios. En consecuencia, si alguien quiere ahora encontrar un técnico cualificado medio (un contable, un buen fontanero, etc.) tiene que acudir a la inmigración.
¿Qué nos pasará cuando acaben las vacas gorda inmobiliarias? Asusta pensarlo.
Por cierto, ¿algún iluso cree que no acabarán nunca? Ja, ja, ja.
¿Adonde nos llevará esta locura colectiva? Empiezo a estar asustado. Ejemplos como los de Argentina o Venezuela, donde saben lo que es el terrible síndrome del nuevo rico venido a pobre que es peor que ser pobre, no me dejan dormir tranquilo.