La hora del post desarrollismo
Antes los países del mundo se dividían en dos: subdesarrollados y desarrollados.
Los países desarrollados eran el motor de la economía mundial. Sus tasas de producción y de consumo eran el carburante que hacía que todo le moviese. Las familias se compraban casas, coches, televisores, y todo lo que les ofrecía la sociedad de consumo. Trabajar al máximo para ganar el máximo era la consigna que recibía todo joven que entraba en el mercado laboral. No importaban los horarios ni las condiciones, si la paga era buena. Todo valía con tal de acceder a un pisito, a un buen coche y a poder ser a un apartamentito en la playa.
Los subdesarrollados eran los pobres, los que apenas producían, salvo una agricultura ineficiente, y unas empresas manejadas por el capital foráneo que expoliaba sus recursos naturales. El consumo quedaba relegado a una élite.
Pero, en pocos años, el panorama ha cambiado, salvo en África, la mayoría de países antes subdesarrollados se han subido al carro del desarrollismo, y se han lanzado a producir gracias a sus bajos salarios, y a consumir gracias a la oferta globalizada de productos. Y no es un fenómeno exclusivo de China, Corea o China, sino que ya no hay país de Asia o América Latina que no esté experimentando esa imparable evolución hacia el desarrollismo.
El resultados es que en pocos años serán países desarrollados, al mismo nivel que lo somos los países del antes llamado Primer Mundo, los países desarrollados de antes. China es el ejemplo más claro. Pero lo mismo está pasando, en la propia Europa con los países del Este, o con Turquía, o en pocos años con Marruecos.
¿Qué provoca ese fenómeno? Por un lado la deslocalización de la producción industrial. Por otro el crecimiento de nuevos mercados para productos de siempre: casas, coches, frigoríficos, perfumes, etc. Estamos notándolo, con el encarecimiento de las materias primas, petróleo incluido, debido a la escasez que se produce ante una oferta que no puede seguir a esa demanda que ha surgido de los países del antes llamado tercer Mundo.
Pero quiero hacer pensar a mis lectores sobre otro fenómeno que se está produciendo, lentamente, en la sombra, por detrás del que acabamos de citar, tan evidente.
Ese fenómeno es la evolución de algunos de los países desarrollados, especialmente en Europa, hacia lo que podríamos llamar el post-desarrollismo.
El postdesarrollismo conlleva elementos que merecen ser analizados para entender la economía a la que podemos estar abocados al final de siglo XXI. Voy a destacar al menos dos:
-Desde el lado de la demanda: consumir menos y consumir más limpio. Es la semilla del fin de la sociedad de consumo. No cambiar de casa. No comprarla grande sino pequeña. No ponerse piscina. Cuidar el medio ambiente. Buscar ahorro de energía y fuentes de energía limpias. No comprarse coche. Incluso más: no usar coche. Viajar menos en avión, ya que es tan contaminante. Y así podría seguir.
-Desde el lado de la oferta: estructurar el tejido productivo de forma acorde a un nuevo estilo de vida. Vuelta al campo. Agricultura ecológica. Industria no contaminante, bien integrada en el entorno social. Condiciones de trabajo que hagan compatible la vida laboral y personal/familiar.
Si lo hubiera de resumir es el consumo menos y limpio; produzco menos y sostenible, social y ambientalmente; no quiero más.
A nadie se le escapan las enormes consecuencias de todo ello. Nos sobran fábricas. Nos sobran casas. Nos sobran aeropuertos. Nos sobran tiendas.
Los empresarios avispados seguro que saben pensar en reenfocar sus negocios en esa sociedad post-desarrollada, respondiendo a los nuevos valores. Porque seguirán habiendo empresas, gracias a Dios.
Tenemos un buen tema para reflexionar.