La respuesta institucional a las inundaciones de Valencia
Un ejemplo de la debilidad y la ineficiencia del sistema político español
SI en el post anterior me quejaba de que tenemos instituciones públicas débiles e ineficientes, la catástrofe natural que se ha cernido sobre España con las inundaciones sufridas en las regiones mediterráneas (principalmente Valencia) la semana pasada, que han causado más de 200 muertes y daños millonarios, y su consiguiente gestión, no hacen mas que darme la razón.
España no tiene un esquema institucional sólido. Empezando por los partidos políticos, siguiendo por los gobiernos (central y regionales), los parlamentos, el aparato judicial, el funcionariado y la prensa. Hay muchas cosas que no funcionan como deberían si fuéramos un país de primera división. Pero aún no lo somos, y debemos ser conscientes de ello.
Y no es un problema de un partido o de otro, es un problema estructural. Y hay un culpable principal y de fondo: la sociedad española, los propios ciudadanos.
Sí, hemos visto escenas de solidaridad muy loables en Valencia, pero también hemos visto posiciones partidistas que me recuerdan a la inevitable imagen de las dos españas, y un cierto complejo de agraviados, de esperar que nos lo resuelva todo “papá Estado”. Y he empezado diciendo que papá Estado está lejos de funcionar bien en el país, pero en ocasiones de emergencia nacional como la que estamos viviendo, deberíamos ser más los que adoptáramos una postura positiva y cooperadora que una postura quejosa y beligerante. Creo que era John Kennedy quien dijo aquello de “no te preguntes qué puede hacer el Estado por ti, sino qué puedes hacer tú por el Estado”. Aquí esto no funciona. Y probablemente es porque es Estado tampoco funciona como todos querríamos.
Esa debilidad del Estado no es monopolio español, sino que, de un modo u otro, se extiende por el mundo. Sin ir más lejos, Trump, a quien las encuestas dan como ganador por los pelos en las elecciones de mañana, la está explotando a fondo. Lo mismo que los líderes políticos de la derecha o la ultraderecha que son noticia en todo el planeta.
Y nos jugamos mucho, porque esos líderes, empezando por Trump, con la ayuda de Elon Musk y otros, quieren reforzar el Estado por el camino de recortar y simplificar sus instituciones. Y es un camino correcto, pero el gran peligro es que lleguen demasiado lejos, y acaben desfigurando la democracia. Y ya sabemos qué pasa cuando se llega a esos extremos. Dos guerras mundiales en el siglo XX dan fe de ello.
¿Por qué ha pasado eso? Porque los políticos de la segunda mitad del siglo XX y el primer cuarto del siglo XXI no han estado a la altura de las circunstancias. No han sabido gestionar los nuevos tiempos. No han sabido gestionar los mastodónticos aparatos burocráticos e ineficientes que la democracia mal entendida ha construido en estos años. Y no solo a nivel estatal. El caso de España es clarificador, con un Estado de las Autonomías a medio construir (por no decir mal construido), sino que también alcanza a la Unión Europea o a las Naciones Unidas, así como a una multitud de organismos internacionales, a cual más ineficiente.
¿Vamos a tener que pasar por una crisis de ultraderecha para darnos cuenta? A lo mejor en ese sentido sería una noticia positiva que un político antidemocrático como Trump vuelva a la presidencia de los Estados Unidos.
Es muy riesgoso pasar por la ultraderecha y por Trump. Crisis como la de Valencia crea desconfianza en el progreso e inseguridad. Todos queremos seguridad porque está metida en nuestros cerebros y cuando se pierde y quedamos sin nada le gritamos al "papá Estado" que nos la devuelva. Así es la cultura de muchos pueblos. Pero la impotencia de los sistemas políticos actuales en resolver problemas no debiera pasar autoritarismos disfrazados de democracias. Trump es así y Elon Musk forma parte del autoritarismo liberal de Silicon Valley. Será un genio emprendedor, pero su propuesta política puede tener alternativas mejores en un liberalismo más humanista y menos egoísta.