Los límites de la edición: ¿Vale todo lo que vende?
El pasado jueves 21 de octubre organizamos en ESADE, desde el Club Editorial de la Asociación de Antiguos Alumnos, una mesa redonda sobre el tema del título de esta nota.
Asistieron casi 40 profesionales del sector, e intervinieron cuatro directivos con responsabilidades editoriales de cuatro sellos de reconocido prestigio, moderados por Sergio Vila-Sanjuán, de La Vanguardia.
La conclusión a la que se llegó es, si tratamos de sintetizar, que aunque los límites no son necesariamente los mismos para todos los editores, porque difieren los gustos personales y el propio posicionamiento de los sellos que gestionan, sin embargo SI que vale todo lo que vende.
O, dicho de otro modo, que los límites de la edición son muy similares a los límites que tienen o deberían tener en cualquier otro sector del mundo de los negocios: hacer lo que suponga ganar dinero, sin saltarse las leyes y sin hacer daño a un tercero. Tratar de responder a la demanda de los clientes, del segmento de mercado al que cada empresa trata de satisfacer, que no tiene porqué ser el mismo de una editorial a otra, es decir, lo que no vale para una editorial sin embargo sí que vale para otra. Y hacerlo sin poner en peligro la cuenta de resultados de la editorial en un futuro, sea por la pérdida de prestigio que la publicación de un libro pudiera producir en los lectores o prescriptores habituales de la editorial, sea por el riesgo de demandas judiciales que algún libro pudiera suponer.
Pero, insisto, sin que ellos signifique salirse de la pauta que cualquier negocio debería seguir. Hay que ganar dinero. Hay que mantener un equilibrio entre pasado y futuro. Hay que innovar y hay que arriegarse con los nuevos productos, pero hay algunos valores sociales que hay que respetar. Y hay principios morales que no se pueden poner en cuestión, y hay otros que si, porque la sociedad ha decidido que ha llegado el momento de cuestionárselos. Un ejemplo podría ser el libro de Las edades de Lulú, de Almudena Grandes, ayer en una colección erótica y transgresora para su tiempo (La Sonrisa Vertical), y hoy perfectamente integrado en el catálogo de la editorial en cuestión, de la que ha desaparecido la citada colección como tal.
Quizás el problema de fondo, si lo hay, reside en la dicotomía eterna que ha enfrentado a cultura y negocio dentro del mundo editorial. Valores y negocio. Algo queha estado presente siempre en el sector, y que aún influye en mucho en la forma de hacer de cada empresa. Incluso creo que podría hacerse una clasificación de las editoriales según el supuesto balance entre cultura y negocio que se da en cada una de ellas, aunque ésta sea falsa, y sin duda rechazada por los responsables de las mismas, que se resistirán a tal etiqueta.
En la mesa redonda gravitó de forma implícita esta dicotomía en las intervenciones de los editores. Dos de ellos supuestamente más a favor de la cultura (no vale todo), y otros dos, curiosmante lo más jóvenes, a favor del negocio (sí vale todo). Aunque ambos bandos dejaron claro que las cosas no son tan simples. Los del bando del NO quisieron puntualizar que la cuenta de resultados ha de estar presente en la labor editorial, y que la rentabilidad es el principal límite de la edición. Y los del bando del SI también quisieron dejar claro que se edita lo que se piensa que se va a vender, y que para ello se trata de estar al tanto de lo que puede interesar a la sociedad, y de innovar y crear nuevos autores y nuevos géneros, que renueven un oficio milenario a veces falto de verdaderas novedades. Y que aunque digan que no hay límites, eso no quiere decir que editen todo lo que les ofrezcan.
Por último se planteó la cuestión, cuya respuesta pareció ser negativa, de si el hecho de que el sector se llegue a plantear la pregunta que daba título a la mesa redonda, y que todos los asistentes comprendieronm y consideraron pertinente hacerla en el contexto de este sector, no influye negativamente en la rentabilidad del propio sector. Pero quedó la duda de si el sector editorial es un sector mojigato, o quijotesco, de mayor conciencia social que otros?
¿Tendría sentido que otros sectores se hicieran la misma pregunta? ¿Alguna vez se la han hecho? ¿No sería lógico que el sector inmobiliario se lo preguntase, cuando realiza promociones que destruyen el paisaje o el entorno? ¿O el hotelero cuando ofrece paquetes de alcohol, juerga y playa? ¿O el del automóvil cuando fabrica enormes todoterrenos con consumos exagerados? Ellos ponen el beneficio por encima de todo. El sector editorial no. Quizás tengan razón aquellos que dicen que una editorial no es una empresa.