Muchas grandes empresas empezaron de la nada, y sus inicios no fueron nada fáciles
Yo creo en los emprendedores. Y los animo a seguir adelante. Si se tiene una buena idea, si se cree en un nuevo negocio, y se trabaja en él, sin desanimarse, sin perder la paciencia, en algún momento puede llegar el premio.
Pero el premio no es un único premio. Es una cadena de premios; cada uno más grande que el anterior. No es una carrera de una sola etapa. Son varias. Al menos tres.
La primera etapa es la de arranque: convertir una idea etérea en un negocio concreto. Y ponerlo en marcha. Es la etapa de la ilusión.
La segunda es la del funcionamiento: hacer que ese negocio funcione, que ruede, que haga cosas. Que produzca y que venda, aunque sea poco. Es una etapa dura, que obliga a bajar de las nubes, y a enfrentarse a la competencia. Lo normal es que el mercado responda más lento de lo que esperábamos.
La tercera es la del despegue: tras rodar sobre la pista durante unos meses, a veces años, de pronto, a menudo sin esperarlo, algo hace que nos elevemos hacia el cielo. Es entonces cuando podemos decir que hemos llegado a una primera meta; que hemos alcanzado el éxito. Aunque no es el final del trayecto, ésta sí que es una etapa agradecida. Empiezan a pasarnos cosas buenas; incluso quizás recuperamos la velocidad de desarrollo que imaginamos al principio y que creíamos imposible.
Muchos casos responden a ese modelo de comportamiento.
Hoy mismo, en el diario Expansión, me encuentro con una reseña sobre Gillete, porque lanza una nueva maquinilla de afeitar.
Gillete nació en 1895, de la idea de un señor, King C. Gillette, que pensó que podía crearse un artilugio de afeitar que tuviera un mango y una cuchilla extraible y desechable. Pero tardó 6 años en poder patentarlo, y necesitó de la ayuda de un técnico industrial que hiciera producible y comercializable la idea. A partir de ese momento empezaron a producir maquinillas, pero en 2 años sólo habían vendido 51. A partir de ahí forzaron la máquina comercial, y tras enfrentarse a los barberos norteamericanos, acabaron por darles a los propios barberos una comisión por las ventas que hicieran. Con esa brillante idea, consiguieron dar un salto a vender cientos de miles de maquinillas. Y con la I Guerra Mundial ya pasaron a vender millones, tras idear y vender al ejército un kit para los soldados, y de inmediato saltar a los mercados internacionales.
Ahora Gillette copa el 72% del mercado mundial, pero, como vemos, empezó vendiendo sólo 51 maquinillas.
Creo que es una buena enseñanza para aquellos emprendedores que están lanzando sus propias empresas, y que a veces no tienen el apoyo que merecerían, o la paciencia que debieran.