Oyendo hablar al presidente norteamericano me surge la duda de si realmente sabe cómo funcionan los aranceles que tan alegremente impone a diestro y siniestro, como si se estuviera en un set de televisión como cuando reinaba en su propio programa y escupía más que gritaba a los desgraciados candidatos que participaban en el programa You are fired! (estás despedido).
A veces creo que Trump cree que aún sigue allí…
Lo de los aranceles lo digo porque plantea los aranceles como un impuesto a las empresas de los países afectados, cuando estrictamente hablando un arancel es una tasa (un impuesto) que deben pagar los importadores estadounidenses de los productos procedentes de esos países. Es decir, se pagan con dinero “americano”, no con dinero chino o europeo…
Esos importadores son normalmente empresas (aunque pueden ser ciudadanos) norteamericanas, que deben añadir al coste que pagan al exportador extranjero la tasa correspondiente. Por lo que el coste de la mercancía puesta en los EEUU queda aumentado por el efecto del arancel.
Para que quede claro: lo paga el importador yanqui y lo cobra el Estado yanqui. ¡Y lo acaba pagando el consumidor norteamericano!
Y a partir de ese coste se configura el precio al que se vende a retailers o consumidores finales americanos. Obviamente, si se repercute un arancel mayor, el PVP será más alto, generando inflación y, en función de la elasticidad de la demanda del producto en cuestión, reduciendo la cifra de ventas.
Es por ahí por donde impacta en la economía de los países exportadores afectados.
El simple razonamiento de Trump es triple:
a) Con los aranceles que cobraré mejoraré los ingresos del Estado, y reduciré el enorme déficit federal.
b) Los consumidores americanos, al encarecerse los productos extranjeros, comprarán productos nacionales (made in USA), y mejoraré la balanza comercial, ahora enormemente deficitaria.
c) Las empresas extranjeras se plantearán producir en EEUU e implantarán fábricas en América. Un proceso incierto y lento.
Todo ese razonamiento, esencia del Make America Great Again (MAGA) es muy frágil, pero vende bien.
Surgen dudas de que se produzca en la medida en que quiere Trump, más allá del impacto que pueda tener en algunas empresas norteamericanas, que repatrien la producción de algunos de sus productos (como se están plateando Apple y otros).
Mientras tanto, eso sí, Trump hace las delicias de los medios de comunicación de todo el mundo todos los días. Pero no hace tan feliz al mundo económico, amante de pocos cambios y certidumbre sobre el futuro. Otra cosa es que poco a poco se le vaya tomando la medida y los mercados empiecen a no creérselo…
Y creo que es lo que deben empezar a hacer los países afectados. Además de tomar distancia con el gobierno de un país que ha enloquecido. Para regocijo de sus enemigos, y especialmente de “el gran enemigo”: China, que está esperando pacientemente a que antes de 2050 el dominio del mundo pase a sus manos.
La mayor subida impositiva que ha recibido Estados Unidos probablemente en décadas.