Los destinos turísticos en general están muriendo de éxito. Y lo que debería ser una industria próspera para todos (turistas, servicios turísticos y habitantes locales) se está convirtiendo en un infierno para los locales y a la larga acabará con el propio turismo. Solo los servicios turísticos se benefician, pero eso ocurre a la vez que se degradan. Y hay que ver qué parte de ese beneficio redunda en el territorio.
No es lo mismo visitar parajes naturales, monumentos, o vivir el ambiente de las ciudades y los pueblos, mezclándose con los habitantes locales y compartiendo una cultura diferente, que simplemente pasar como un cohete por un parque temático.
Salvo a quienes están sacando un beneficio puntual y a menudo especulativo del depredador fenómeno turístico que estamos viviendo, un beneficio muy a corto plazo, despreciando la sostenibilidad medioambiental, social e incluso económica a largo plazo, ¿a quien le interesa que siga pasando lo que está pasando con el turismo?
Ciudades como tan diversas como Santiago de Compostela, Barcelona o Venecia, por citar solo tres de las muchas que están afectadas, así como la mayoría de los destinos turísticos que se ponen de moda (uno de los muchos ejemplos son las Islas Baleares), están sufriendo esa conversión en parques temáticos, con la correspondiente invasión (con todas las letras) de una horda (con todas las letras) de turistas. Yo la vivo en primera persona desde Barcelona. Un éxito para algunos y un fracaso para otros muchos.
Estamos hablando de un turismo que apenas gasta, que siempre va con prisas, que no tiene ni idea de dónde está (ni le importa), que llega en estancias cortas (a menudo de fin de semana, pernoctando dos noches y a veces solo una). Turistas que están más preocupados ellos mismos (despedidas de solteros o juergas de borrachos) y de hacerse las correspondientes fotos (para colgarlas en las redes) que de disfrutar la ciudad o el país que visitan. Que antes de llegar se “informan” en las guías de los lugares a los que “han” de ir (a hacerse la foto). Que visitan la Sagrada Familia o la Casa Batlló en Barcelona, pero que no saben quien era Gaudí (ni les importa).
La combinación de los billetes low cost (Ryanair y demás), los Uber (y ni eso) y los apartamentos turísticos de bajo precio donde entran todos (AirBnB), más los supermercados 24/7 de los “pakis”, atrae un turismo low cost que en mi opinión (y creo que la de la mayoría de habitantes de las ciudades y lugares afectados) no suma sino que resta. De hecho está siendo letal para esos lugares: viviendas inaccesibles, tanto en propiedad como en alquiler, costes de la alimentación y el ocio desbocados, imposibilidad física de moverse por sus calles…
Y no solo desaparecen los vecinos, sino también los negocios de siempre, que pasan a manos de grupos empresariales y financieros (a menudo extranjeros), que quieren rentabilizar su porción de parque temático, y que venden sombreros mejicanos en las Ramblas de Barcelona, porque la ciudad les importa un pito.
En ese contexto se plantean cuestiones políticas como ampliar o no el aeropuerto de Barcelona, o limitar la llegada de cruceros o la apertura de más hoteles, o el control y la regularización de los apartamentos turísticos, incluyendo la prohibición los mismos en edificios de viviendas salvo que todo el edificio sea de ese tipo de apartamentos, pero los políticos no acaban de ponerse de acuerdo. ¡Que no pare la fiesta! Después se detecta que el gasto medio por turista está descendiendo, o que la convivencia se degrada, o que la gentrificación avanza imparable… Pero nadie hace nada…
En definitiva, turismo sí, pero de viajeros, no de “turistas”.
Los vecinos lo agradecerán e incluso los propios viajeros. Los beneficios para la ciudad serán similares, menos cantidad y más calidad. Y nos alejaremos del monocultivo, que nos hace más vulnerables.
Y la Tierra nos lo agradecerá.
¿Conseguiremos los ciudadanos convencer/obligar a nuestros gobernantes para que lo hagan?
Soy poco optimista. En Barcelona acabamos de tener elecciones locales, y ha ganado una opción política que no parece estar en esa linea.
Vivimos unos tiempos con cierto incremento de la vulgaridad y superficialidad de las que el turismo no se escapa. Las diferencias entre turistas y viajeros están claras y los turistas de low cost que invaden Barcelona, con este nuevo concepto de los parques temáticos, pueden satisfacer sus sueños de viajar sin importar que todo se haga deprisa. Lo importante es estar en muchos sitios en pocos días.
El turista no disfruta del viaje en sí mismo porque está más concentrado en la cara y envidia de aquellos parientes, amigos y conocidos al descubrir las fotos y videos en las redes sociales. La obsesión del turista es dejar constancia de todos los sitios donde ha estado pero no ha conocido. Cosas del ego. Algunos se emborrachan, se desinhiben. Cosas de la vulgaridad.
Para los planes y reformas del sector están los políticos, pero en algunos partidos la ideología ha desaparecido, si alguna vez la tuvieron, prefiriendo hablar en privado de intereses, obteniendo el consenso favoreciendo a grupos particulares y frecuentemente la venta de favores.
Es complicado. Se dice que el mundo que estamos creamos viene a ser una materialización de nuestro mundo interior, de nuestros deseos, fantasías, virtudes y vicios. Entonces, si lo que creamos no nos gusta, ¿no serán las grandes obras pendientes no tanto físicas o tecnológicas, sino sicológicas, valóricas y morales? ¡Qué tiempos nos ha tocado vivir!